Sergio Righi es uno de los pocos restauradores, en Argentina, de bicicletas fabricadas entre 1920 y 1940. Con su trabajo mecánico y artístico “las devuelve a la vida”. 

Por Benita  Cuellar  

La pasión no se mide ni se frena. Tiene una conexión directa entre nuestro cerebro y el corazón. 

Es lo que percibe Sergio Righi, un ingeniero mecánico, de 46 años, que restaura bicicletas fabricadas en los años 1920, 1930 y 1940 en su casa de El Talar de Mendiolaza, Sierras Chicas, Córdoba, Argentina. 

“Me hace vivir y siento que rejuvenezco. Me apasiona por demás. Puedo pasar horas en el taller”, dice. Y asegura que siempre le gustó la restauración de este tipo de velocípedos.  

Acostumbrado a “meter mano” a las máquinas hubo un tiempo que se dedicó a gestionar. Hasta que se dio cuenta que extrañaba esa ductilidad y decidió que era hora de comenzar. 

“Empecé con un modelo que tenía un compañero de trabajo. Me gustó como quedó. Sentí que le devolvía la vida”, cuenta. 

Sergio y su pasión por la restauración.

Desde entonces no paró. Lleva realizadas más de 60 restauraciones distribuidas en Córdoba, Entre Ríos, Mendoza, Santa Fe, Buenos Aires, Rio Negro, Corrientes. Muchas de las que recobraron su brillo de antaño recorren las calles. 

Y se convirtió en unos de los pocos que realiza este tipo de trabajo: Devolverle el valor histórico a cada modelo que llega a sus manos con elementos propios de su época. 

Así se lo puede ver en su taller fileteando, pintando, dibujando, haciendo calcomanías al agua del año 30 y construyendo alguna pieza que falta. 

“Me interesa mucho recuperar aquello que es parte de la historia porque todavía puede funcionar. Nos hemos acostumbrado a que las cosas duren poco pero no es así”, opina Sergio. 

Trabajo minucioso

Darle vida a lo antiguo.

Para este amante de la restauración devolverle el brillo a un prototipo le lleva 40 horas. Pero primero pasa por la recolección, en ferias o casas de antigüedades u otro recolector, búsquedas de componentes y hasta el estudio del modelo.

Se enorgullece al contar que es el único que realiza este tipo de trabajo (hacer calcomanías tal como en el año 1920, fileteados, pintura, insignia original, componentes, tornear y reconstruir). “Solo en Brasil hay una sola persona que hace lo que hago”, expresa. 

“Si tengo una bici de 1905 o 1910 no va a llevar un dinamo sino un faro a carburo. Hay que conseguir los elementos acordes a ese momento. Las épocas están bien marcadas. Antes no había grandes cambios como hoy. La gente compraba una bicicleta para que durara 100 años y eso sucedió”, afirma. 

Asimismo, “el artista” remarca que aunque hay similitudes entre los modelos también existen diferencias de estilos. Él se considera fanático del estilo francés porque “la estética es agradable, en sus detalles y terminación”.

Así se convirtió en un estudioso de las bicis de Peugeot. “Me conecté con grupos dentro del país, de Francia e Inglaterra”. 

A su vez, asume que la restaurada dejó su marca, “su huella de carbono y el impacto ecológico es menor que hacer una nueva”. 

Apasionado de la historia

Sergio con algunos modelos restaurados.

Sergio habla con pasión sobre este transporte inventado por el alemán Barón Karl von Drais en 1817. Denominada Laufmaschine, que en alemán significa “máquina de caminar”, y patentada en 1818 como el primer transporte dirigible de dos ruedas propulsado por un humano.

Y destaca que “fueron los ingleses” quienes dominaban la creación de bicicletas. Siendo Raleigh la empresa que en 1910 monopolizó la fabricación a nivel mundial hasta entrada la década del 70. Y es una de las más antiguas del mundo. 

Para  Righi, “los alemanes son los mejores en cuanto a la tecnología. Compiten con los italianos en cuanto a la mecánica”. 

Su estudio nunca llega a su fin, pasa largas horas leyendo e interiorizándose por este mundo que tanto le apasiona. Quiere que la bicicleta se vea igual como cuando salió de la fábrica. 

Asegura que aprendió a poner límites entre la acumulación y la conservación. “Solo guardo  dos bicicletas que me gustan y a las demás las pongo a la venta o las presto en bares”, apunta.  

Y reflexiona: “Lo mío es placer puro. La satisfacción de verlas restauradas tiene un valor que va más allá de lo monetario. Me siento feliz al verlas colgadas como un cuadro y que las usen como medio de transporte. Lo que hago es un arte. Le devuelvo la vida y trae recuerdos”.