Se trata de tinta sobre papel, y que fueron producidos en el siglo XIX.  Están encuadernados en telas coloreadas con un pigmento conocido como verde esmeralda, mezclado con arsénico. Foto de tapa de Rebecca Hale, National Geographic.

Las estanterías de librerías y los libros denominados “raros” contienen en el interior de sus páginas los venenos, pero como protagonistas de las historias que cuentan, desde misteriosos asesinatos, obras sobre toxicología y medicina forense.

Pero en este caso se trata de un hallazgo, que de acuerdo de National Geographic, realizó Melissa Tedone, jefa de laboratorio de conservación de materiales de la biblioteca del Museo, Jardín y Biblioteca Winterthur, en Delaware, Estados Unidos, sobre la tinta de papel.

Los libros considerados tóxicos fueron producidos en el siglo XIX y están encuadernados en telas coloreadas con un notorio pigmento conocido como verde esmeralda, que está mezclado con arsénico. Muchos de estos libros pasan desapercibidos en las estanterías.

Por eso, Tedone lanzó la llamada Poison Book Project (Proyecto Libro Venenoso) para localizar y catalogar estos volúmenes nocivos.

Mantel verde esmeralda en una impresión de 1852. Cortesía, Biblioteca Winterthur, Colección de libros impresos y publicaciones periódicas.

Hasta ahora, el equipo descubrió 88 libros del siglo XIX que contienen verde esmeralda, de los cuales 70 están cubiertos con telas de encuadernación de un verde vívido, mientras que el resto tiene el pigmento incorporado en etiquetas de papel o elementos decorativos.

Tedone incluso encontró un libro verde esmeralda a la venta en una librería local, el cual compró.

Si bien es probable que estas obras venenosas solo causen daños menores (a menos que alguien decidiera devorar un tomo de casi 200 años de antigüedad), no se puede decir que estos libros no están totalmente exentos de riesgos.

Las personas que los manosean con frecuencia, como los bibliotecarios o los investigadores, pueden inhalar o ingerir accidentalmente partículas que contienen arsénico, lo que podría hacerlos sentir letárgicos y mareados o sufrir diarrea y calambres estomacales.

En contacto con la piel, el arsénico puede causar irritaciones y lesiones. Los casos graves de intoxicación por arsénico pueden provocar insuficiencia cardíaca, enfermedad pulmonar, disfunción neurológica y, en situaciones extremas, la muerte.

¿Qué tan comunes son estos libros verdes y venenosos?

“Es algo difícil de predecir, porque por el momento nuestro volumen de datos es pequeño, pero ciertamente se podría esperar que haya miles de estos libros en todo el mundo”, dice Tedone a National Geographic.

Además, explica que “cualquier biblioteca que coleccione encuadernaciones editoriales de tela de mediados del siglo XIX, es probable que tenga al menos uno o dos”.

 “Cualquier biblioteca que coleccione encuadernaciones editoriales de tela de mediados del siglo XIX es probable que tenga al menos uno o dos de estos libros tóxicos.”

Verde esmeralda, un color mortal

Foto de Rebecca Hale, National Geographic.

El verde esmeralda, también conocido como verde de París, verde de Viena y verde de Schweinfurt, es el producto de la combinación de acetato de cobre con trióxido de arsénico, produciendo acetoarsenito de cobre.

El pigmento tóxico fue desarrollado comercialmente en 1814 por la Wilhelm Dye and White Lead Company en Schweinfurt, Alemania.

Fue utilizado en todas partes, desde ropa y papel tapiz hasta flores falsas y pinturas. Decir que la Inglaterra victoriana estaba bañada en verde esmeralda es quedarse corto: para 1860 se produjeron más de 700 toneladas del pigmento tan solo en el país.

Pese a que la toxicidad del arsénico era conocida en ese momento, el color vibrante era muy popular y barato de producir

El papel tapiz arrojaba polvo verde tóxico que cubría los alimentos y revestía los pisos y la ropa coloreada con el pigmento irritaba la piel y envenenaba al portador. A pesar de los riesgos, el verde esmeralda estaba arraigado en la vida victoriana: un color para morirse, literalmente.

Cambio en la producción de libros

Mientras los productos verdes tóxicos hacían furor en partes de Europa y los Estados Unidos, otro invento transformaba la industria de la encuadernación.

Los libros de principios del siglo XIX eran creaciones artesanales hechas a mano, encuadernadas en cuero, pero la revolución industrial rápidamente proporcionó una forma de producir libros en masa para una creciente población de lectores.

La tradicional tela que se utilizaba para la confección de ropa no podía soportar el proceso de encuadernación de libros y no era lo suficientemente resistente como para funcionar como una cubierta.

Imagen compuesta que muestra la variación de color de la tela verde esmeralda en los lomos de los libros, probablemente como resultado de la contaminación del aire. Gentileza  Biblioteca Winterthur.

En la década de 1820, el editor William Pickering y el encuadernador Archibald Leighton desarrollaron el primer proceso comercialmente viable para recubrir la tela con almidón, llenando los huecos del tejido y produciendo un material resistente: la primera tela de encuadernación.

“Esto cambió las reglas de juego”, explica Tedone. “La tela era mucho menos costosa que el cuero, lo que significaba que podías vender libros a diferentes precios”.

El proceso no solo afectó los resultados del editor, sino que también cambió la forma en que se leían los libros. “Estaban haciendo que los libros fueran accesibles a un grupo demográfico mucho más amplio, abasteciendo a personas de todos los niveles del espectro económico”, afirma.

Los libros encuadernados en tela dieron un salto en la década de 1840 y el proceso de creación de la tela de encuadernación se convirtió en un secreto muy bien guardado.

“Significó mucho dinero para los editores, por lo que, desafortunadamente, no hay mucha evidencia documental sobre la fabricación de la tela de encuadernación”, cuenta la especialista.

Lo que sí sabemos es que las cubiertas de los libros repentinamente pudieron adquirir una amplia gama de tonos.

Imagen ilustrativa.

Los encuadernadores produjeron una colorida variedad de libros con tintes, que son soluciones que se unen químicamente a la sustancia a la que se aplican, y pigmentos, que son materiales que recubren físicamente la sustancia, como el barro seco sobre el vestido del domingo.

Como tal, el tono de pigmento verde que más estuvo de moda en la época pudo adornar las portadas de los libros populares.

El problema con los pigmentos, sin embargo, es que tienden a agrietarse, pelarse y desprenderse con el tiempo.

Hay veneno en las bibliotecas

En la primavera de 2019, Tedone recibió una solicitud de un miembro curatorial de la galería Winterthur para tomar prestado un libro de la biblioteca con el fin de exponerlo: Adornos rústicos para los hogares y el gusto, publicado en 1857.

“Este libro en particular era muy bonito, de color verde brillante con muchos estampados dorados. Era visualmente impresionante, pero estaba en muy mal estado”, relata Tedone.

 “El lomo y las tapas se estaban cayendo, y la costura se había roto, así que había que conservarlo antes de poder exponerlo”, destaca.

Con el bello libro, aunque roto, Tedone observó la portada bajo el microscopio. “Había una excreción negra y cerosa en la superficie y yo intentaba arrancarla de la cubierta de tela con una pluma de puercoespín”, dice.

Imagen ilustrativa. Biblioteca Angélica, primera biblioteca pública de Roma. Foto Massimo Listri.

“Y entonces me di cuenta de que el colorante de la cubierta de tela se estaba despegando con mucha facilidad alrededor de la zona en la que estaba trabajando”, aporta.

Para el ojo inexperto, esto podría parecer normal para un libro de 162 años, pero para Tedone fue sorprendente: “No daba la impresión de que la tela estuviera teñida. Me pareció que quizá la capa de almidón de la tela estaba mezclada con un pigmento”.

Para conocer la identidad del misterioso pigmento verde, la encargada de la investigación recurrió a Rosie Grayburn, directora del laboratorio de investigación y análisis científico del museo.

Grayburn primero estudió la muestra con un espectrómetro de fluorescencia de rayos X, que bombardea el material con rayos X y mide las energías de los fotones emitidos para determinar su composición química.

Esta técnica puede indicar los elementos presentes, pero no cómo están dispuestos en una molécula. Otra técnica que utiliza un espectrofotómetro Raman mide cómo la luz de un láser interactúa con las moléculas objetivo, desplazando la energía del láser hacia arriba o hacia abajo. Al igual que cada persona tiene unas huellas dactilares únicas, cada molécula tiene un espectro Raman característico.

La sensibilidad de estas técnicas es clave, pero es de igual importancia que no sean destructivas. “No hay que dañar las obras de arte”, sostiene Grayburn.

La fluorescencia de rayos X reveló la presencia de cobre y arsénico en el pigmento verde, un hallazgo clave, y la huella digital única de la espectroscopia Raman identificó positivamente el pigmento como el infame verde esmeralda.

Literatura venenosa

Imagen ilustrativa.

A continuación, el equipo utilizó el laboratorio de suelos de la Universidad de Delaware para medir la cantidad de arsénico en la cubierta de Adornos rústicos. Descubrieron que la tela de la cubierta contenía una media de 1,42 miligramos de arsénico por centímetro cuadrado. Sin atención médica, una dosis letal de arsénico para un adulto es de aproximadamente 100 miligramos, la masa equivalente a varios granos de arroz.

“¿Cuáles son las implicaciones de tener tanto arsénico en la tela de las cubiertas, en tus guantes, durante el tratamiento? ¿Qué significa eso para tu salud y seguridad?”, pregunta Grayburn.

Para responder a estas incógnitas, Tedone y Grayburn se pusieron en contacto con Michael Gladle, director de salud y seguridad medioambiental de la Universidad de Delaware, en los Estados Unidos.

“El arsénico es un metal pesado y se le asocia cierta toxicidad, principalmente, por inhalación o ingestión”, dice. El riesgo relativo de la tela de la cubierta verde esmeralda “depende de la frecuencia”, explica Gladle, y es de principal preocupación “para los que se dedican a la conservación”.

El especialista de la Universidad de Delaware sugiere que cualquier persona que manipule estos tomos debería aislar los libros y trabajar con ellos en mesas con campanas de extracción para controlar cualquier partícula de arsénico. “Las personas que tengan acceso a estos libros antiguos con fines de investigación deberían llevar guantes y utilizar un espacio designado para revisar esos libros”, asegura.

Imagen ilustrativa.

Siguiendo las recomendaciones de Gladle, la biblioteca de Winterthur retiró de la circulación nueve libros verdes cubiertos de arsénico y los colocó en grandes bolsas de plástico de polietileno sellables. Cuando manipulan o conservan los libros afectados, ellos utilizan guantes de nitrilo, y después limpian las superficies duras y se lavan las manos.

Luego, el equipo se lanzó entonces a la búsqueda de más libros, viajando 40 kilómetros al noreste hasta la biblioteca más antigua de los Estados Unidos, la Library Company of Philadelphia (Compañía de Libros de Filadelfia).

Allí identificaron otros 28 libros de tela verde esmeralda. Con un tamaño de muestra mayor, descubrieron que la mayoría de los libros con cubierta de tela verde esmeralda que contenían arsénico fueron publicados en la década de 1850.

Para ayudar a los demás a identificar los libros con arsénico y sus riesgos potenciales, el equipo diseñó señaladores de libros “a todo color” con imágenes de cubiertas verde esmeralda, así como precauciones de manipulación y seguridad. Han enviado más de 900 de estos señaladores por todo Estados Unidos y a otros 18 países, lo que ha permitido a otras seis instituciones identificar los libros con arsénico en sus colecciones.

A pesar de la toxicidad del verde esmeralda a base de arsénico en los artículos domésticos, las mercancías y la ropa, este nunca fue prohibido. Más bien, su uso se extinguió de forma natural, ya sea por su reputación de tóxico o porque el color simplemente pasó de moda, al igual que los electrodomésticos de color verde aguacate de la década de 1970.

Y el mensaje más importante de Tedone pasa por no descartar los libros envenenados. “No hay que entrar en pánico y tirarlos”, dice. “Sólo queremos que la gente se lo tome en serio”.

Fuente: https://www.nationalgeographicla.com/ciencia/