Se trata de la Reserva de Usos Múltiples Salinas Grandes, ubicada en Córdoba, Argentina. Un mar de sal infinito situado en un suelo árido. Foto de tapa: Daniel Santos.

Por Benita Cuellar

El norte se asoma desde la ruta: llanura, sequedad, monte, cardones, corral de cabritos, empalizadas, campos alambrados, mistoles y algarrobos esparcen sus copas por esta zona inhóspita.

La nube de tierra que dejan los autos convierten a la luz solar en naranjas y ocres. Al pasar por San José de las Salinas, Córdoba, Argentina, un grupo de niños y niñas saludan con sus pequeñas manos alzadas. La pasividad domina este poblado que por sus calles polvorientas están las huellas a seguir.

El andar es lento, los guadales que conducen a uno de los lugares más sorprendentes dominan el camino. En medio de ese paisaje está la Reserva de Usos Múltiples Salinas Grandes, un mar de sal infinito y abruptamente bello. Con 200.000 hectáreas ocupa cuatro provincias: Córdoba, La Rioja, Catamarca y Santiago del estero.

San José de las Salinas, Córdoba, Argentina. Foto: Benita Cuellar.

Allí, el atardecer se descubre en el horizonte sin fin y una bruma atrapa los rayos dando una curiosa luminosidad. Los trozos de sal y la planicie blanca crujen debajo de los pies.

Caminar sobre las salinas es como estar dentro del mar. Antiguamente, lo fue, las fallas tectónicas lo dejaron al descubierto.

Restos de un pasado industrial. Foto: Benita Cuellar.

Mar de sal

Apenas se va el sol, la luna llena se asoma. Y el cielo y la tierra se funden en una sola: abajo este mar de sal, arriba un mar de estrellas. Iluminan este desierto salado con tonalidades rosas, azules y naranjas. La luna y el salar compiten por su imponencia y la sensación es de puro éxtasis.

El cielo y el salar en un solo lugar. Foto: Benita Cuellar.

El reflejo marca las siluetas de las personas, de los restos de equipamientos de la industria que alguna vez funcionó en el lugar. Y por el que se formaron poblaciones como Lucio V. Mansilla, San José de las Salinas, Totoralejos y otros parajes que ahora se pueden divisar por las luces que encandilan desde lejos.

A esta maravilla natural se la descubre caminando, recorriéndola y explorando sus cráteres, respirando ese aire infinito y dejando que la luna llena muestre nuestras sombras como puntos negros en medio del desierto.

Belleza inhóspita. Foto: Benita Cuellar.

La naturaleza nos sorprende, nos hace parte de ella, como si fuéramos un grano de sal en medio de ese mar que nos abraza. Y no nos deja ir.

Cómo ir: por la ruta 60, pasando Quilino, se ingresa a San José de las Salinas y desde allí seguir los carteles. Está a 180 km de Córdoba capital, Argentina.

Un punto en medio del mar de sal. Foto: Benita Cuellar.