Desde los años 80 el movimento slow va conquistando más espacios en sociedades gobernadas por el tiempo o bien, por su ausencia.

Por Amira López Giménez


Hacer una pausa en esta época que reivindica la velocidad continua es una práctica, al parecer, subversiva. Detenerse, ir más lento, no exasperar mientras se espera, es una tarea realmente impensable para muchos.

Cuántas veces caminamos más rápido, insultando a los lentos en silencio, y creemos que vamos a llegar a tiempo. O hacemos tareas a velocidades dignas de un récord guiness solo para ganar más tiempo. Tiempo, esa palabra que provoca el tan conocido estrés.

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Cada vez más el movimiento slow se hace presente en diferentes espacios, y pensar que su origen fue una respuesta a la cocina express. Este ismo nació en Italia en 1986 de la mano del periodista Carlos Petrini. Además de periodista, es militante político y quedó indignado ante la apertura de un Mc Donald’s.

Esos arcos dorados como tributo a la comida rápida sin respeto a la naturaleza y las tradiciones originaron Slow Food. Se trató de una campaña mediática muy ruidosa que ganó adeptos en todo el mundo.

Slow Food defiende los productos locales y de temporada, las recetas heredadas por generaciones, el compartir la mesa con amigos y familia y no arrojar la comida en bandejas de plásticos para luego, una vez vacías, llevarlas a otro cubículo de plástico.

[Slow cuenta con una extensa red de un poco más de 800 comunidades alrededor del planeta]

Los arcos dorados y sus ultraprocesados con comida express fueron la causa slow food y una década más tarde la de “cittaslow” (ciudad lenta). Ya no era solo la comida, la ciudad también debía “bajar un cambio”, poner un freno al ritmo vertiginoso de sus calles y su gente.

Un caso experimental de ciudad lenta en Argentina fue Mar de las Pampas. En un principio se autoproclamó “ciudad sin prisas” para reivindicar la naturaleza y las identidades locales mientras fomentaba el turismo. Luego fue el blanco de las críticas, perdió vigencia y sin más, la lentitud quedó en el olvido.

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Carl Honoré considera que “estamos corriendo por la vida, en vez de vivirla”. La velocidad para este orador de la filosofía de la lentitud, es una daga en nuestras relaciones. Al final, el movimiento slow es dedicar el tiempo necesario y justo a las cosas.

Por supuesto que siempre hay algo para hacer rápido, pero se trata de un freno, de “bajar un cambio”. Es como la estrategia para combatir la ansiedad, una de las sensaciones más recurrentes de nuestras sociedades como producto del estrés.

“Estamos tan atrapados en la actual y enloquecida escena de la velocidad, que perdemos de vista el enorme daño que nos ocasiona esta prisa, la impaciencia, el multitasking”, asevera Honoré que ya publicó 35 libros al respecto.

El exacerbo de velocidad va en detrimento de la salud, la dieta, el trabajo o el tiempo necesario solo para pensar, trabajar y básicamente conectar con el presente. Es casi seguro que todos hemos dichos alguna vez “no tengo tiempo para nada”.

Petrini presentó al movimiento slow en París en 1989. Por lo general, suele utilizarse un caracol para representar la pertenencia al movimiento.

Si se observa el pasado inmediato, la pandemia fue un pequeño empujón hacia lo “slow“. Nótese que no se trata de un evento lejano y aislado, no ha pasado tanto tiempo desde el distanciamiento obligatorio, de los barbijos en la calle y el alcohol en gel a mano.

De repente, la pandemia obligó a cientos de personas a descubrir relaciones de calidad, a tener tiempo libre para mirarse a sí mismos, o prestar una mayor atención a la salud, las comidas, los afectos, la conexión. Por qué no podíamos frenar fue un interrogante que surgió y quedó latiendo en este regreso a la velocidad pos pandemia.

En este sentido, la universidad Siglo XXI (Córdoba) publicó un estudio que arroja una evidencia inquietante, 6 de cada 10 argentinos no son felices ni están satisfechos. Y menos esperanzador es que las cifras crecen con los años.

El estudio demuestra que a casi un año de la pandemia más personas carecen de bienestar y sufren del Síndrome de Burnout (estrés crónico y agotamiento emocional, una especie de “estar quemado”). Lo más llamativo es que hay una tendencia entre el público más joven a sentirse estresado, es decir, aquellas personas que están dando sus primeros pasos en la sociedad.

Leonardo Medrano, vicedirector en Investigación y Posgrado destacó al tiempo como un factor vital en el bienestar. Sostuvo que las personas con una mayor flexibilidad en el uso del tiempo mostraron menores niveles de estrés. El regreso a las oficinas, al pavimento y las calles ajetreadas entró en tensión con la guarida por pandemia, pero tal vez, la respuesta esté justamente en el tiempo.