El valor de la comida está basado en el entorno, va más allá del proceso de elaboración y de alimentación de las personas.

Por Gustavo Trombetta

La cocina representa la cultura de un pueblo, de una región, de una ciudad, de una persona. En el libro “Los Sabores de Córdoba” que publicó la Asociación Civil Navidad, de la provincia de Córdoba, dice: “Cocinar: pero, ¿qué abarca esa palabra? ¿Qué dice el diccionario?: guisar, aderezar los alimentos”.

Así nos encontramos con una situación tan vieja como el inicio de la humanidad. Los antropólogos están de acuerdo en considerar la existencia de la cocina desde el momento en que el ser humano domesticó el fuego.

Además, una vez que comenzó a cocer sus alimentos redujo considerablemente el tiempo empleado para comer y pudo destinar el resto de las horas en otras tareas. La naturaleza y la cultura habían encontrado el equilibrio.

Desde muy pequeño anduve entre las ollas. Mi incursión era en la cocina de mi mamá. Ella trabajaba como empleada doméstica y se fue perfeccionado, a la fuerza, en “cocinar rico” para los patrones.

Vivíamos en el campo y esa libertad me llevaba a adentrarme en los corrales, los gallineros y hasta en la huerta.

No me gustaban las empanadas. Pero eso duró hasta que mi abuela Teresa, con mucha paciencia, me convenció de probarlas. Lo curioso fue lo que pasó después: me hice fanático de las empanadas de mi otra abuela, que se llamaba Enriqueta.

Por entonces, creía que las empanadas “eran dulces” porque entre los ingredientes de su receta llevaba pasas de uva y un poco de azúcar.

Los sabores ancestrales se mezclan con los nuevos y se transforman en platos únicos.

Aunque la vocación me llevó por otros caminos, cada vez que regresaba a casa, prestaba atención a cómo cocinaba mi madre.

A ella nunca le gustó que nadie la ayudara. Solo mi papá sabía el punto de la pasta y el sabor exacto de las salsas. Acciones que se repiten hasta el día de hoy.

Sé que el valor de la comida está basado en el entorno, va más allá del proceso de elaboración y de alimentación de las personas.

Con frecuencia escuchamos frases como “no hay empanadas más ricas que las que hacía mi abuela” o “las mejores meriendas eran las de la vuelta del cole”. Ahora, esas empanadas y esas meriendas tenían un entorno único e irrepetible y por eso no se olvidan más.

Por eso, este espacio será para rescatar las técnicas, los diversos sabores, los productos olvidados y recuperar recetas de antaño.