Estudios argentinos hechos en Antártida, con reconocimiento internacional, revelaron datos primordiales para la vida. Las nubes estratoféricas polares demoran la reposición de ozono.

Por Amira López Giménez

187 científicos e investigadores argentinos se encuentran instalados en diez de las trece bases que tiene el país en Antártida. Hasta octubre, estos agentes de la ciencia mantendrán sus estudios en campamentos equipados con tecnología y herramientas nacionales e internacionales. Algunos están preparados para la investigación en las profundidades del mar antártico, e inclusive el espacio. 

La presencia científica en este punto geográfico cubierto de hielo ya lleva más de un siglo. Uno de los estudios científicos más recientes e innovadores está encabezado por la Dra. Andriana Gulisano, quien dirige el departamento de Ciencias de la Atmósfera del Instituto Antártico Argentino (IAA). A su vez, codirige el Laboratorio Argentino de Meteorología del Espacio (LAMP) junto al Dr. Sergio Dasso.

El laboratorio principal ubicado en Buenos Aires (LAMP-Buenos Aires) fue fundado por el Dr. Dasso en el 2011. Pero en febrero del 2019, gracias a la colaboración de numerosas instituciones (IAFE, IAA, DCAO), instalaron otro laboratorio en la base Marambio, la principal base científica ubicada en la Isla Seymour. 

Este espacio cuenta con un instrumental adecuado para sus estudios, como el detector Cherenkov, ideal para soportar altas temperaturas y ráfagas extremas. Los investigadores reparten sus actividades entre estas dos bases. 

“Se destaca el trabajo ininterrumpido del Departamento de Ciencias de la Atmósfera en el monitoreo de las condiciones de ozono estratosférico. Sus datos son enviados a la Organización Meteorológica Mundial y otras entidades”, sostiene la Dra. en Ciencias Físicas, Andriana Gulisano. 

Mujeres de ciencia

A fines de febrero (2022), esta científica representó a Argentina en el Women in Astronomy Working Group, un encuentro internacional para promover la ciencia entre mujeres y niñas. A su vez, es presidenta de la Secretaría de Género de la Colaboración LAGO (Latin American Giant Observatory) y fue elegida para integrar el nuevo Grupo de Acción por la Igualdad y Equidad del Comité Científico de Investigaciones Antárticas.

Nubes en el horizonte

Las líneas de investigación del Departamento de Ciencias de la Atmósfera son fundamentales para la vida, sus observaciones van desde el suelo hasta el espacio. 

Algunos parámetros relevados por este equipo científico, junto a colaboradores del INTA España, son las nubes del cielo antártico. Sus resultados ganaron la atención de otros investigadores en todo el planeta.

Nubes estratoféricas polares. Gentileza Madelon Dielin.

Conocidas como nubes estratosféricas polares, comúnmente están formadas por agua o hielo. Sin embargo, ahora presentan nitrógeno, cloratos, bromatos y otros gases de origen industrial que retrasan la reposición del ozono (O3). 

El O3 es una molécula de gas azulado. Si se encuentra muy cerca de la superficie terrestre es una amenaza grave ya que forma parte del smog y la lluvia ácida. Pero, si está a unos 15 o 50 kilómetros de la superficie es vital para el planeta.

El O3 conforma el escudo protector del planeta y filtra  las radiaciones ultravioletas provenientes del sol. Si la capa se adelgaza, la protección es menor y amenaza la vida. 

En el 2010 se aprobó la ley 26.651 que da a conocer el mapa bicontinental por la presencia argentina desde 1904 en Antártida. Foto gentileza de Cristian Lagger.

“Estos procesos químicos (nubes estratosféricas polares) conducen a una disminución de alrededor del 60 % del contenido integral de ozono en la capa en octubre. Durante la primavera polar, la acción de las ondas planetarias desplaza el agujero de ozono hacia el hemisferio sur, aumentando la radiación UV”, explica Gulisano.

Los gases que causan este fenómeno se encuentran fácilmente en las actividades industriales o en aerosoles domésticos. El tiempo, la tecnología y la inventiva hicieron que este fluido sea notoriamente estable, es decir, tarda mucho tiempo en liberar el oxígeno que atrapa.  

Nubes estratoféricas polares. Crédito NASA.

“Esto es consecuencia de las actividades industriales antropogénicas y en eso tiene un punto en común con el calentamiento global. Es necesario reconvertir los procesos productivos y energéticos para disminuir la huella de carbono”, advierte la investigadora. 

Space Weather, una apuesta de la ciencia al universo

Ahora, qué sucede más allá de las nubes. Otras líneas de investigación de este laboratorio enfocadas en la Meteorología del Espacio (Space Weather)  son fundamentales para la aviación y los satélites espaciales. 

Por ello, la Organización Internacional de Aviación Civil (OIAC) solicita constantemente estos datos para que los aviones despeguen con seguridad, tanto en lo referente a comunicación y  los sistemas de posicionamiento global. 

Biodiversidad de Antártida. Gentileza de Cristian Lagger.

Asimismo, Gulisano indica que el instrumental en la base cuenta con una ubicación estratégica. Las características del terreno en esta porción helada del planeta hacen que el campo magnético terrestre sea distinto.

Aquí la llegada de partículas energéticas de menor carga, comparadas a las que llegan a nivel ecuatorial. Es decir que esta fuerza magnética y su dirección es una ventaja para el estudio de la meteorología espacial (o Space Weather en inglés), que incluye nubes magnéticas, rayos cósmicos, etc. 

Recientemente, los organismos internacionales reconocieron el trabajo de este laboratorio y los resultados de sus mediciones como registros de peso en el mundo del Space Weather

Aquí se registran aquellos fenómenos invisibles al ojo humano, que estudian las condiciones variables del entorno espacial del planeta. Por ejemplo, la influencia de los vientos solares y sus coletazos energéticos (el flujo de partículas en la radiación, la ionósfera y el campo geomagnético). 

Cherenkov, medir partículas de México hasta Antártida

Los instrumentos de medición son el resultado de un trabajo conjunto con colegas del IAFE (UBA-CONICET) y del IAA. “Se trata de un detector de partículas de última generación por efecto Cherenkov en agua para medir niveles de radiación. Hay que tener en cuenta que las regiones polares (altas latitudes) son las más afectadas por los eventos extremos del espacio”, detalla.

El nodo de medición está operativo durante todo el año, permitiendo el monitoreo de las condiciones meteorológicas del espacio.

El detector de partículas también forma parte de la Colaboración LAGO (Latina American Giant Observatory) el Observatorio Gigante Latinoamericano. Se trata de una red distribuida de detectores Cherenkov con nodos en diez países del continente, desde México hasta Antártida. De ahí lo de gigante.

Base argentina en Antártida. Crédito a quien corresponda.

Para cerrar Gulisano desliza: “Quisiera aclarar que la ciencia es una construcción colectiva. Por eso es muy importante la colaboración con instituciones nacionales e internacionales para potenciar fortalezas y complementar los saberes”.  

A su vez- afirma- que en el departamento de Ciencias de la Atmósfera se aplica esta estrategia para crecer y mantener líneas de investigación diversas. Algunas de ellas versan sobre las tendencias climáticas, space weather y la búsqueda de exoplanetas.