Vinieron de Cuba y armaron sus vidas en Córdoba, Argentina. Viven entre la nostalgia por la isla y la cotidianidad mediterránea, intentando tomar lo mejor de ambos mundos.

Benita Cuellar

-¡Chico, estás hecho de jabón!– le grita Eldis López Paredes a uno de los corredores, que se lanza a la base tres.

Es domingo al mediodía. Hace calor. El sol furioso pega a los jugadores de béisbol en la cancha del camping General San Martín. La pulseada se bate entre Latinos y Seniors. Ambos equipos levantan polvareda en cada carrera. El primero está integrado por varios cubanos, un colombiano, un venezolano y un puertorriqueño, que vestidos de remera roja con vivos azules y pantalón blanco intentan que los segundos, los cordobeses, no les hagan más anotaciones.

Eldis, el líder del equipo cubano, alienta desde el borde del campo. Como director técnico, le va diciendo a sus nueve compañeros a qué deben enfrentarse. Cuenta que él no puede jugar porque está lesionado. Se levanta la remera y muestra la espalda cubierta de apósitos.

–¡Vamos, Abreu! ¡Ven, Pagani! ¡Vamos, corre Mati, que es strike ! ¡Muy bien!– grita Eldis al ver a su compañero robar una base. Segundos antes, el bateador del Seniors, de completo azul, hacía elevar la pelota entre los defensores de rojo y las corridas retumban en el campo como si estuvieran en el mítico Habana Base Ball Club. El jugador de los Latinos, exhausto, llega a la home con el pantalón que era blanco completamente marrón de tierra. Entonces los vítores y las burlas se hacen sentir.

–Y, cordobés tramposo, ¿qué pasó? ¡No sirve tu trampa, carnicero!– le grita a las carcajadas Eldis a Marcelo, líder del equipo cordobés. Mientras, este le hace una seña de que se vaya lejos.

Escenas de estas se repiten a cada rato con el deporte más popular de Cuba, sólo que aquí se producen en este campito rodeado de árboles, alambrado y ante una tribuna vacía cerca del cuadrado.

-¡Vamos caballeros, que nos toca batear!– llama Wilmer, el colombiano.

La serie está empatada en seis, y en este deporte los empates no existen como resultado. Es hora de terminar el partido y es el turno de Wilmer. Todo vuelve a suceder: el bateador lanza la pelota que vuela por el aire y los jugadores luchan para atraparla.

Las bases corren al revés de las agujas del reloj, tratando de llegar a la home. Nueve veces se dan las entradas al campo y las carreras, para cada equipo. A los Latinos les toca terminar, ya que habían comenzado defendiendo.

Fuera del campo, sentado y con una bolsa de hielo en el hombro, Francisco Blanco observa con atención. Es un gran experto de este deporte. Fue preparador de la selección argentina de béisbol que en 2004 salió campeona sudamericana y ahora lo es de la selección cordobesa.

–Venimos los domingos a divertirnos con nuestros compatriotas. Es la manera de estar juntos –dice uniendo sus manos como si estuviera rezando.

Su cara mojada refleja un gesto de dolor por la lesión. Y se une al grito de Eldis, cuya palidez habitual a esta hora viró al rojo.

–¡Dale, dale! ¡Tiempo! ¡Muy bien! – dicen al unísono. Y la alegría de los Latinos se siente entre aplausos, risas y saludos con los Senior. El partido terminó a favor de los representantes de la isla y el calor sigue resecando las gargantas.

 “Guantanamera, guajira guantanamera…”

Suena la canción más popular cubana, escrita por José Martí y compuesta por “Joseíto” Fernández Díaz. Noche tras noche, Pedro González Fundora y los suyos intentan traer un pedazo de su Cuba a los comensales. Mientras se sirve la cena, una mulata canta y baila al lado de las banderas cubana y argentina que cuelgan de un mástil de madera.

Llama la atención cómo el mozo y la moza se trenzan en un son cubano, moviéndose rítmicamente. Pedro sale de la cocina con un par de mojitos en sus manos y rumbea para las mesas contoneando su cuerpo mientras sus pies enfundados en zapatos blancos no dejan de moverse.

Él defiende la revolución y a Fidel. Vive en Córdoba hace 15 años y está casado con una cordobesa. Fundó la Asociación Cubana en Argentina, que recientemente obtuvo su personería jurídica, con el fin de propagar la cultura cubana por estas tierras. Viaja varias veces al año a La Habana. Allí estaba cuando supo que su país y Estados Unidos retomaban relaciones políticas y económicas tras casi 56 años de hostilidades.

–El papa Francisco fue el gran impulsor de esta apertura que le va a hacer bien al país. Estoy al tanto de todo lo que va sucediendo: las visitas de funcionarios, la apertura de embajadas, todo –asegura.

Pedro es alto, de contextura robusta, tez blanca, pelo y ojos castaños. Tiene gracia al hablar. Parece negociador, más bien un diplomático. Propicia que los cubanos tengan un lugar donde juntarse.

–Actualmente, en la provincia somos 685 cubanos. Está muy presente la historia de Cuba y Argentina, amamos a los argentinos. Al Che y ahora al Papa– remarca sin dudar.

En cualquier evento que participa luce su guayabera, camisa blanca de mangas cortas o largas adornadas con alforzas verticales, y bordados en los bolsillos de la pechera.

Los martes y jueves a la noche, la esquina de Esquiú y Rosario de Santa Fe se llena de música. Una mezcla de ritmos tropicales (bachata, salsa y merengue) inunda la casona antigua. La música llega desde el garaje del fondo, convertida en unas horas en academia de baile, hasta el restaurante. A las clases las imparte Mario, también mozo del local. Mujeres y hombres del barrio mueven las caderas y dibujan coreografías en las que van cambiando compañeros a medida que el calor aumenta en esta improvisada pista de baile. Del otro lado del pasillo, la cocina comienza a producir los platos típicos, como “ropa vieja”, arroz a la cerveza o una picada. Más tarde saldrán los famosos mojitos o Cuba libre, como parte del agasajo de la casa.

El restaurante es parte del gran circuito gastronómico que se formó en el barrio y sobresale por el color amarillo de su fachada. Al ingresar es imposible no toparse con una foto de Varadero, donde resaltan las palmeras y el mar interminable. Fotos en blanco y negro con distintos lugares de Cuba visten las paredes.

–Nos parecemos mucho los cubanos y los argentinos. Tenemos identidad propia, nuestras costumbres, comidas y música. Un argentino que vive en el exterior extraña el asado, los amigos, la reunión de los domingos, el fútbol. Nosotros extrañamos el béisbol, la playa, comer tamales con cerveza en la orilla del mar con los amigos– relata Pedro, buscando aprobación entre quienes lo escuchan.

Nostalgia del mar y la guayaba

Cruzando el río, a pocas cuadras del restaurante de Pedro, vive Eldis López. Se conocen pero no tienen relación. Sus formas de pensar son diferentes. Eldis es el presidente de la Comunidad Cuba de Córdoba que alberga a los recién llegados. Vino hace 13 años. Los recientes cambios lo encontraron trabajando con su grupo Guajiro Producciones en fiestas empresariales.

–Es el cambio que tanto esperé. La revolución atrasa, se quedó en la historia. No va más como forma de gobierno y debe instalarse la democracia. Mi padre luchó con Fidel en Sierra Maestra, pero después pasó a ser enemigo del régimen. Por eso toda mi familia vive en Miami –dice.

Vive a cuatro cuadras del Mercado Norte, por la calle Rincón. El lugar es un enjambre de vendedores y compradores apostados en la vereda. Hay de todo. Ropa interior, anteojos, remeras, juguetes, bijouterie barata.

Mujeres peruanas y bolivianas sentadas, en banquitos de plástico, exponen en la vereda condimentos y verduras típicas de sus lugares de origen. Más adelante, los travestis se ofrecen a plena luz del día, mientras de los comercios mayoristas entra y sale gente continuamente.

La casa de Eldis está pintada de color verde manzana, violeta y magenta. Al ingresar se escucha un ritmo caribeño. Varios instrumentos de percusión descansan en la sala que hace de oficina.

–Llegué a Córdoba el 1° de junio del año 2000, siguiendo a mi primo Yoyi López, músico, que vive en Buenos Aires. Venimos de una familia de artistas; mi viejo es pintor y dibujante. Yo trabajo en distintos eventos donde incluyo a cantantes, bailarines, barras de tragos. No me va mal– revela.

Es jovial. Esta vez no lleva puesto el sombrero como se lo ve en las fotos con las que promociona sus shows. Ni tampoco sus trajes coloridos. Sólo un jean y una chomba blanca.

Eldis trabajó en turismo, el área de mayor desarrollo de su país, y el Estado le pagó los estudios de literatura en lengua inglesa y francesa, no sin antes hacer el servicio militar.

–Cuba tiene muchas cosas buenas: el sistema de salud y la educación son algunas de las que rescato. Pero hay una cosa que frena, y es la falta de libertad. No hay libertad ni para los medios ni para la ciudadanía, es imposible decir nada contra el régimen. Y eso que yo pertenecí a la Unión de Jóvenes Comunistas…

Una de las cosas que extraña es la guayaba, una fruta con la que se hace un dulce parecido al membrillo. Consiguió que se la enviaran hecha mermelada para sus desayunos, que le hacen recordar a los que tomaba en Pinar de los Ríos, el lugar donde nació y creció hasta que recaló en Córdoba.

–Allá tenía mi propio proyecto de trabajo, quería ganar por lo que hacía. Me preguntaba ‘¿Qué voy a hacer viviendo del Estado?’ Un primo intentó irse cinco veces, tres en balsa, y lo agarraron. Pudo haber muerto– recuerda.

Se limpia las migas de tostadas que le quedaron alrededor de la boca y sorbe otro trago de café. La mañana está expirando, pero para él es como si fuera el amanecer. Desde el miércoles hasta el domingo vive de noche; se acuesta temprano y se levanta tarde, dice sonriendo.

El sol se cuela por las hendijas de la ventana la cocina. Un pasillo separa ese ambiente de la sala. Y allí un gran ventanal vidriado da al patio trasero, lugar donde parece arrojarse al vacío unas enredaderas.

López Paredes señala los adornos traídos de la isla, expuestos como en un santuario “para no extrañar”.

–Mis padres decidieron irse a Miami y pudieron hacerlo gracias a una carta de invitación de mi tía. Mi hermano hizo lo mismo– cuenta Eldis, quien relata el intento de su hermano de sacar a su esposa y su hija en un crucero que en realidad era un barco de pesca que venía de Haití y no se acercaba a la playa. Dejar La Habana no era sólo una aventura, era un peligro. Aguardar el momento justo, esperar a que subiera la marea, tirar a su hija al mar, rogar que no se golpeara en las rocas.

En otra tierra

–Nací en Matanzas, a 30 kilómetros de Varadero. Trabajaba en un hotel. Allí conocí a mi mujer, cordobesa y a sus dos hijas. Nos enamoramos y nos casamos al año y medio. Tenemos una hija en común de 12 años. En enero de 2001, nos vinimos a Córdoba. Comencé a trabajar con el turismo de salud, luego puse el negocio– rememora Pedro.

Su simpatía es reconocida por los vecinos que constantemente lo saludan. Tiene muchos amigos con los cuales se reúne a comer asado. Su orgullo es la revolución y el sacrificio que debió hacer el pueblo para no sucumbir ante el embargo estadounidense.

–Mis papás eran campesinos, gente pobre. La revolución nos permitió estudiar. Me recibí de licenciado en Ciencias Penales y mi hermana, de ingeniera agrónoma. Mi papá cortaba las cañas para la industria azucarera que luego desapareció. Se paralizó todo. Entonces tuvo que mutar a peluquero y mi mamá pasó de ser ama de casa a secretaria de una empresa de agricultura. Ellos están contentos con el gobierno– destaca Pedro.

Respecto de la apertura de relaciones con Estados Unidos, dice: “El cubano tiene mucha preparación. Esto se esperaba desde hace mucho tiempo y cuando se dio, la gente se generó mucha expectativa. Lo bueno fue que el proceso se mantuvo en secreto y el papa Francisco dio mucha confianza”.

Con el corazón a medias entre su lugar de nacimiento y esta ciudad mediterránea, Pedro nunca quita la vista de sus clientes. Controla que todo esté en su lugar. A estas horas, la cantante negra con su pelo ensortijado y curvas pronunciadas se alista para deleitar a los que esta noche forman parte de la concurrencia. No faltará  Guantanamera, esa canción dedicada a la mujer de Guantánamo.

Sueños de libertad

–En 2002 me casé con Verónica, ella es cordobesa, pero ahora la hice un poco cubana. Trabajamos juntos. Formamos una gran comunidad con la que viajamos todo el tiempo y disfrutamos de lo que hacemos– dice orgulloso Eldis.

Luego de cuatro años de estadía en Argentina, regresó a su país natal y lo sorprendió la pobreza que vio. Tener la heladera cargada solamente de botellas de agua era algo habitual entre sus conocidos.

–Fidel armó una dieta obligatoria de acuerdo al grupo familiar. El Estado vende los alimentos a precios módicos. Se hace una sola compra y te alcanza para 15 o 20 días. Después tenés que rebuscarte como puedas. Sin embargo, nadie se muere de hambre.

Recuerda que “todo el pueblo apoyaba a Fidel y a la Revolución. Quería que se terminara la dictadura. Y lo logró”.

–Mi papá fue mayor de la Infantería de tanque de la reserva de Pinar de los Ríos. Es una ironía que viva con mi mamá y mi hermano en Miami desde hace 10 años.

Respira hondo y mueve los brazos como si fuera un orador:

–Los extremos no son buenos. Cuba tiene que cambiar algunas cosas, no todas las generaciones piensan igual. Pasamos momentos muy críticos con este régimen. Sobre todo por el embargo.

Uno de sus peores recuerdos es la llamada “crisis de los balseros”, en 1994, cuando unos 37 mil cubanos se lanzaron al mar para intentar llegar a Estados Unidos en medio de una crisis económica y de una enorme protesta contra Fidel Castro.

–A pesar de todo, aprendimos a ser felices. Hacemos de la vida música, porque no nos queda otra.

Resistencia al olvido

Pedro vive en la zona sur de la ciudad, en barrio Parque Vélez Sársfield. Es martes y tiene la noche libre. Acaba de llegar a barrio General Paz en su Rambler modelo 1965. Es un auto vistoso, pintado con los colores de la bandera de Cuba. Sus vecinos lo saludan con un apretón de manos a medida que recorre las cuadras hasta meterse en un bar, que queda a pocas cuadras de su restaurante, dispuesto a disfrutar la noche.

Se sienta. Pide cerveza y una picada. Toma de a uno los maníes que trajo la moza, los tira para arriba y los atrapa con la boca, como si fueran pelotas en un cesto de básquet. Comienza a hablar rápidamente.

–Estados Unidos conoce muy bien cómo funciona el sistema en mi país. Quieren reactivar el comercio y que se amplíe la Ley de Inversión Extranjera. Se priorizarán la agricultura, la ganadería, la biotecnología y las telecomunicaciones. Se van a restablecer los ferries, antes había dos– recalca.

Piensa que la isla se beneficiará con las relaciones comerciales y reconoce que no tiene problemas para salir o entrar a su país. Viaja todos los años para ver a su hija de 15 años que quedó allá. La última vez trajo a su hijo de 25 años.

–Se buscó priorizar lo social: la salud y la educación. Se le enseñó a la gente a tener autoestima. Hasta 1997, para nosotros fue muy duro. La cosa era resistir, no caer en el juego de guerra. Recién hace dos años mejoró el Producto Bruto Interno. Ahora la gente viaja mucho a Estados Unidos. Con este cambio espero una relación de iguales.

Describe que la emigración de Cuba se debe a los problemas económicos, a la consiguiente falta de acceso a las tecnologías para la producción de alimentos.

–Por eso nos abocamos a la industria turística, que es la principal del país– remarca.

Levanta la voz cuando habla de los disidentes, dice que cree que son pagados por algún país y asegura que entre ellos hay muchos que en algún momento sirvieron al gobierno de Fidel Castro. Jura que para él sería difícil volver a su país. “Extrañaría mucho Córdoba”, asegura. Lo dice mientras saca de los bolsillos del saco varios habanos que reparte entre los amigos, luego se levanta y sale a la calle. Sigue saludando y sus palabras se van apagando a medida que su figura se pierde en la oscuridad.

Esta crónica ganó el tercer premio del Concurso Rodolfo Walsh del Cispren. (Fue publicada en La Voz del Interior el  23 de agosto de 2015).