La periodista Eliana Marquez narra las penurias y el coraje de una familia de Córdoba, Argentina, que le hace frente al fuego para salvar sus pertenencias y al monte que los rodea. Foto de tapa: gentileza de Clara Arrascaeta.

“Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.

-El mundo es eso -reveló- un montón de gente, un mar de fueguitos.

Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.

No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. 

Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende”.  (Eduardo Galeano del libro Los abrazos)


El fuego no da tiempo a nada. Y una vez más, las sierras y el monte cordobés arden entre las llamas. Foto: gentileza Clara Arrascaeta.

Córdoba, Argentina, septiembre de 2022. Hace semanas que no llueve. El viento sopla cada vez más fuerte como anunciando que, otra vez, nuestras sierras están en peligro, pero la primavera está en la puerta. Los aromitos estallan de amarillos. Explotan los brotes de molles, algarrobos y chañares. Los pájaros cantan sin presagiar la inminencia de su partida. 

La tierra seca se parte de desesperación. El fuego no da tiempo a nada. Y una vez más, las sierras y el monte cordobés arden entre las llamas. Otra vez, el sol se cubre de humo y el cielo se ahoga en cenizas. 

Como es arriba, es abajo. Sin embargo, desde 2020, la gente de a pie sale en brigadas a acompañar la dura tarea de los bomberos. Caminando, a caballo, en todo tipo de vehículos, ya no se queda masticando la bronca y la impotencia. Van hacia los cerros, a darlo todo por cada espinillo, tabaquillo o corzuela que puedan salvar. 

Y así lo hizo una familia, formada en gran parte por mujeres. Tías, hermanas y sobrinos que desde siempre han sentido que esas sierras y ellos, son uno solo. Ese amor a la tierra y a sus frutos hizo que pudieran enfrentar al fuego y a sus miedos. El monte ardía, por la falta de humedad, pero ellos no dudaron ni un minuto en ir a su auxilio. 

El fuego comenzó en Huerta Grande y se extendió hacia Alpatauca.

El incendio comenzó el miércoles 7 atrás de los cerros, en el valle de Punilla, en Huerta Grande. El jueves 8 cuando, de pronto, el día se hizo noche en casi toda Córdoba, las llamas ingresaron a la zona de La Estancita, en la margen izquierda del camino al cerro Alpatauca.  

Entre varios primos prepararon algunos pocos bolsos con frutas, botellas de agua y trapos viejos para improvisar chicotes y en medio del frío empezaron a atravesar los senderos que conocen desde niños. 

Esos caminos, que los han visto crecer, se perdían de vista y la derrota amenazaba poderosa. Más aún, al darse cuenta que las llamas habían alcanzado al Mogote. Aunque el humo apenas les dejaba divisar la intensidad que tenía el fuego en esos momentos.

El fuego se esparció por la plantación de pinos y pastizales. Foto: gentileza Clara Arrascaeta.

Allí también estaba la brigada Isquitipe colaborando desde un primer momento para contener el incendio en el campo de otra familia de la zona. Sin embargo, no pudieron evitar que la plantación de pinos y los pastizales para el ganado se quemaran por completo.

El viernes 9, casi sin dormir por vigilar que el fuego no llegara al cerro, decidieron enfrentarlo cuerpo a cuerpo. Lo buscaron en la loma, en el campo de la sucesión Indarte, para apagarlo de uno en uno, mientras la tristeza parecía ganarles. Pero no se dejaron vencer en ningún momento.

Las estelas de oscuridad que iba dejando el fuego a su paso, cada tanto, llegaban a atormentarlos. El silencio de los pájaros los aturdía todavía más. Sin embargo, sabían que el camino era solo hacia adelante.

La familia yendo a combatir el fuego. Foto: gentileza Ezequiel Barreto.

Los brotes chamuscados de árboles y cactus demostraron la magnitud de los daños. Pero también la de la vida, luchando por ganar batalla tras batalla. Como en esta brigada, en la que los más jóvenes daban fuerzas a las mayores, a cambio de su guía experta. 

Sentían llorar el alma por no poder hacer más, pero al mismo tiempo cada vez que lograban apagar un fuego los inundaba un coraje y una valentía únicos e inexplicables. Por momentos, estaban convencidos de poder torcer el rumbo de los acontecimientos.  Y toda la fuerza se ponía en acción.

Lo que antes parecía imposible de lograr, en esos instantes se hacía realidad. Desde levantar una piedra pesada para arrojarla contra las llamas intentando quitarle el oxígeno, hasta apagar las chispas que de vez en cuando saltaban sobre las ropas de alguno de ellos.

El fuego arrasando montañas y bosques. Foto: gentileza Clara Arrascaeta.

El sábado 10, el viento por fin dio un poco de tregua. En muchos lugares de las sierras, los bomberos y brigadistas lograron contener el fuego. Aunque imparable, continuaba desviando su curso y alcanzando a localidades vecinas. 

En medio de este combate, los sentimientos y sensaciones se mezclan, ya que a la alegría de haber contenido las llamas en alguna zona le siguen la impotencia y la tristeza porque se ha expandido hacia el campo de algún vecino o, incluso, de algún familiar.

El grupo pudo sofocar uno de los fuegos más bravos, con la ayuda de un avión hidrante que providencialmente surgió en ese cielo limpio y despejado de un sábado esperanzador. Reían y gritaban bajo el agua que los alcanzaba desde arriba, como agradeciendo toda su entrega y lucha. 

Del otro lado del cerro, había otra brigada de primos atacando la bajada del fuego con chicotes de trapos mojados. Los últimos tramos no fueron fáciles. Había que esperar a que el fuego descendiera, porque es una zona que resulta riesgosa para trepar: con pastos altos y piedras de gran tamaño, muchas de ellas sueltas. Algunos, incluso, llegaron a desbarrancarse y lastimarse en el intento por seguir las llamas.

Los brotes chamuscados de árboles y cactus demostraron la magnitud de los daños. Foto: gentileza Clara Arrascaeta.

De regreso a sus vidas cotidianas, comprobarán que en la provincia de Córdoba todavía no hay reconocimiento legal ni gremial a estas tareas; concretamente no se justifican las ausencias a los lugares de trabajo por estas causas, que ya deberían declararse desastres ambientales a la par de reconocer legalmente su invaluable labor.

Entrada la tarde del sábado todavía quedaba uno de los fuegos activos en una zona escarpada. La familia de brigadistas daba por concluida su tarea. En su lugar, siguió trabajando el equipo de bomberos y el avión hidrante. Se despidieron de los cerros con sus cuerpos cubiertos de hollín y de cenizas, pero con el corazón pleno de satisfacción. 

Porque a pesar del llanto y del duelo que los atraviesa lograron ganar esta batalla, pudieron salvar ese pedacito de tierra que llevan, desde siempre, incrustado en sus almas. Y lo hicieron también entre risas y coraje. Saben que si el monte vuelve a estar en peligro, ellos estarán en guardia. Y el monte, también lo sabe. 


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