En esta lectura de verano, la periodista Benita Cuellar propone historias sencillas teñidas de sentimientos, emociones y aventuras. En este caso se trata sobre un perro callejero que se robó el cariño de muchos.

Por Benita Cuellar

Hansel se empeña en buscar la muerte. Sangra. Tiene la piel hecha harapos. No le teme ni al hambre ni al frío. Sus guardias son interminables. Días y noches fuera de la casa. Pocas veces regresa. Solo a tomar agua ya cansado de tanta sed. No come.

A medida que pasa el tiempo, con sol, con nieve, con viento, su cuerpo va perdiendo fuerza.

Su olfato por las perras en celos es admirable. Las huele a kilómetros. Y allá va. Se interna al frente de la casa, a orillas de los alambrados y en medio de tantos pretendientes las luchas por el territorio y la dominación son inevitables. Gana el más fuerte y él se lleva la peor parte.

Su esquelética figura se bambolea. El estómago es frágil. Se va hundiendo hasta ser una lonja. Es imposible hacer que no escape. Recupera la más mínima fuerza y se lanza a la calle.

Se trepa a los portones, a las laderas montañosas y se interna por los bosques. Tiene ocho años, pero parece un perro viejo. Las garrapatas hicieron de las suyas. “Un virus”, dijo el veterinario. No hay cura.

Hansel nació libre. Callejero. Su madre quizá lo fue. No conocía otra vida, pero él con su hermana del mismo color café, con pintas blancas en el pecho y en las patas, durante una noche helada terminaron en un cubículo del ingreso a una casa del barrio Oro Verde en Salsipuedes, Córdoba, Argentina.

Hansel y Gretel.

Ahí acurrucados, los encontró, al otro día, una niña que apenas los vio sintió que debía protegerlos.

Esa mañana, ya tenían nombres y amigos. Sus padres humanos no querían tener mascotas, pero la niña insistió. Y al ver sus miradas no les quedó otra opción que adoptarlos.

Se llamarían Hansel y Gretel como los personajes del cuento de hadas. Los hermanos eran tan chiquitos que viajaron a su nueva casa en una pequeña caja. Para los nuevos padres eran sus primeras mascotas.

Al pasar los días estuvieron debajo de un cobertizo que hacía de asador y luego rondando por la casa. En medio de las hojas de árboles, de las plantas, rompieron alambrados y descolgaron ropa de la soga de los vecinos.

Hansel paseando cerca de su casa.

Destruyeron zapatillas y zapatos a la par que vestidos de fiesta de algunas de las vecinas que no les quedó más remedio que aceptar esa circunstancia. Aunque si iban con las consabidas quejas a sus dueños

Todo se fue dando mientras los dientes afilados no temían introducirse en cables, ojotas y plásticos de todo tipo a los que hacían añicos y quedaban desgranados en pequeñísimos trozos.

Hasta salían a corretear y pasear por los bosques cercanos. Y cuando llovía y el viento los arremetía con furia, el vecino yanqui los cobijaba con sillones y colchas hasta el otro día.

Lo visitaban tantas veces como tenían ganas. Fueron muy queridos por casi todos. Salvo por aquel vecino que sacó la escopeta para dispararle a Hansel. Su instinto animal lo llevó a la jaula de pájaros.

Y no sé sabe cómo, pero los liberó del cruel destino. Se fueron en bandadas. Y Hansel tuvo que salir disparado a la casa antes que los tiros lo alcancen. No lo sabía, pero ese día se convirtió en héroe de esas pobres aves.

Jugando.

Tampoco sabía que no podía acercarse al fuego y arrebatar un pedazo de asado que crujía en la parrilla. Lo intentó y lo logró, pero el dueño de semejante manjar lo vio y no tuvo escapatoria.

Hizo tantas travesuras a la par que dio tanto cariño. Un perro dulce y bueno. En noviembre de 2021 terminó internado en la veterinaria. Su cuerpo ajetreado y dolido recibió donación de sangre de su hermana. Ya no tenía escapatoria. Esta vez, no.

Los veterinarios pidieron sacrificarlo. Los padres humanos dijeron que eran incapaces de hacerlo. Su mirada se clavó en los ojos de ellos que lo cuidaron por varios días. Insistía en resistir. Una mañana soleada ladró y se fue.

Cada vez que los dueños miran el patio lo ven corriendo, con su cuerpo balanceándose a un lado y a otro. Y es un árbol donde anidan los pájaros.

Esperando que le abran la puerta.