La periodista Benita Cuellar propone esta lectura de verano con historias de amor, encuentros y desencuentros. En este caso, Violeta relata el encuentro de antiguos amantes.

Los colores no definen a las personas. Pero en el caso de Raúl el color era algo fundamental en su vida.

Desde que era niño y correteaba por el patio en la casa de su abuela Marta, la madre de su papá, cada vez que miraba el mar deslizándose sobre las costas de Montevideo, Uruguay, jugaba a cambiarle el color.

 A veces podía ser verde otras azules, pero determinó que su mar sería violeta. Con cinco años podía imaginar lo que quisiera.

Pero ahora ya tenía 50 y mantener por tanto tiempo el secreto oculto a veces no resultaba fácil.

Esa tarde de verano terminaba un maratónico día en el estudio de abogacía que compartía con dos socios.

Al salir a la calle sintió deseos de caminar por la orilla del mar y dejarse llevar por ese horizonte que se anteponía delante de sus ojos y dejar morir las horas.

A las seis de la tarde, las calles de la capital uruguaya son un vaivén de autos que se amontonan y circulan lentamente.

Al llegar a la esquina de 18 de Julio y Yi, donde está el bar Facal, se detuvo un momento y recordó esas noches felices que compartió con Ignacio, el joven que conoció en una época donde amarse significaba la muerte.   

Ahora Ignacio tenía una vida cómoda junto a su esposa y dos hijos. Lo había visto hace poco, pero no pudo saludarlo. Aún sentía el pecho dolido y el corazón palpitante.

Él no pudo sostener semejante verdad ante su familia ¿Cómo iba a decirle a sus padres? Y ¿al resto de su familia? No era valiente.

Mejor seguir como si nada. De vez en cuando algún amor escondido, viajes por el mundo, espectáculos, restaurantes caros y compañía ocasional. Y el canto y la danza. Eso sí le encantaba. Ahí se sentía más vivo que nunca.

Ya quedaba poco para llegar a su casa. Cuando de repente sintió que alguien le hablaba de atrás. Se dio vuelta y lo vio ¡Era Ignacio! Se sintió aturdido. Ruborizado. Atinó a saludarlo con la mano y exclamó un “Hola”. Ignacio estaba contento de encontrarlo y sonrió al ver su rostro.

-Me gustaría hablar con vos. Sé que es mucho tiempo, pero esta vez tiene que ser.

-Está bien. Te invito, entremos.

Rául sacó unas llaves violetas que concordaban con el mismo color de la puerta. Y al ingresar se sacó los zapatos. Ya adentro. La cara de Ignacio se transformó. No podía creer lo que veía. Las cortinas, los sillones, los adornos, las mesas, las sillas, los canastos, la decoración, todo era de color violeta. Lo invadía por todos lados.

-Es el color que vive conmigo- exclamó Raúl.

-No puedo creerlo

Raúl invitó a Ignacio a sentarse en los sillones violetas, al abrir la heladera, también de color, violeta sacó una botella de vino y sostuvo dos copas violetas mientras se sentaban a la mesa de color violeta.

Salud- dijo. Ignacio le respondió de la misma manera. Mientras hablaban de nimiedades, Raúl subió a la habitación a cambiarse. Ignacio esperó.

Se puso el vestido largo violeta, los aros, las medias y los tacones, y al hacerlo sintió un cosquilleo en las entrañas. Le faltaba el maquillaje. Siempre combinaba todo y debía usar también el color violeta en sus labios y en los ojos. Ya estaba listo.

Al bajar por las escaleras, Ignacio se llevó la mano a la boca y exclamó: “¡Sos vos!” Él Iba al bar Cain los fines de semana que podía escaparse para verlo bailar y cantar. Le pareció que estaba hermoso. En el show Raúl se llama Violeta y en cada presentación lo hace como una “drag queen”.

Ignacio se acercó a Raúl y la atracción no demoró mucho en volver. Raúl tomó por la cintura a Ignacio y lo apoyó en la pared, mientras se besaban un manto violeta los cubrió.

Unidos por los labios se transformaron en una estatua violeta que sobresalía de la pared violeta. Y el mar violeta lo cubría todo.