Antes de que los desechos contaminen el mundo, se busca romper con el tabú de la menstruación y de algún modo, hacerla más sustentable.


Hasta la llegada de las toallitas a las góndolas del mercado, las formas de lidiar con la menstruación pasaban por tiras de tela absorbente. Y podía ser un problema ya que eran más difíciles de manejar, tenían varias capas, había que lavarlas y dejarlas secar.

Recién en 1921, la línea Kotex marcó una nueva era, la de los productos menstruales desechables. Así, el tiempo dedicado a esta higiene se redujo de una sola tajada. Al principio, las toallitas estuvieron inspiradas en las vendas que utilizaban las enfermeras en los soldados durante la Primera Guerra Mundial.

La práctica se popularizó entre las mujeres y aún en sus inicios, la toallita estaba fabricada con Cellucoton, un material vegetal absorbente que se utilizaban en las vendas de hospital.

Ya en la década siguiente, hace su gran aparición el tampón. Realizado con un algodón mucho más grueso, no estuvo exento de la polémica porque había que introducirlo en la vagina. Pero su uso fue extensivo, y aun lo es, entre mujeres de mayor movimiento como bailarinas o deportistas.

El uso arraigado y popularizado de estos productos fue el resultado de las campañas de marketing que insistían en su comodidad desechable, pero también en la idea de “no detenerse ante una menstruación”, como si menstruar fuera un problema.

Menstruación y una batalla con el plástico

En 1960, el desarrollo de las fábricas era un boom, cientos de químicos se encontraban trabajando con numerosos materiales nuevos como el caso de los protectores que incorporaron polipropileno o polietileno delgado. La capacidad aditiva a la tela de la ropa interior también es derivado plástico. Le sumamos las “alas”, fibras de poliéster.

Desde las toallitas más comunes, con alas o sin ellas, hasta los tampones, son productos recubiertos de manera individual por un plástico. Es el primer packaging para individualizar los productos para que sean de fácil transporte.

La variedad de plásticos es enorme. Los tampones suman aplicadores y cordones combinados con este material de por sí contaminante, y hasta incluye una fina capa en el algodón más grueso para colaborar en la absorción.

Toallitas y tampones, protectores y demás productos están catalogados como desechos médicos. Podría decirse que este es el principal motivo por lo que no existe una precisión sobre el impacto ambiental que generan.

Regresar a los antiguos métodos… ¿es más sustentable?

Hay que destacar que las versiones plásticas han mejorado la experiencia de muchas mujeres, pero también ha dejado a generaciones completas atrapadas en productos que tardan milenios en degradarse. Pero, entre las últimas generaciones existe un porcentaje pequeño, pero interesante, de personas que eligen productos no desechables.

Según la encuesta 2021 de la Defensoría del Pueblo de Buenos Aires, el 25% se inclina por métodos reutilizables, mientras que un considerable 75% mantienen las mismas prácticas.

Para Sussannah Enkema, investigadora de Shelton Group en Estados Unidos quien realizó una encuesta que arrojó números similares, se trata de “un cambio tectónico en la manera en que las mujeres están pensando cómo manejar sus periodos”.

Es como un regreso a los modos antiguos, las compresas, las copas menstruales que rompen el estigma tradicional para mostrar una realidad biológica. Lara Briden recomienda el uso de compresas naturales, tampones 100% algodón y copa menstruales. En su libro Cómo mejorar tu ciclo menstrual, tratamiento natural para mejorar las hormonas y la menstruación, Briden subraya la importancia de evitar el tampón recubierto con rayón, porque “puede causar irritación vaginal”.

Mientras tanto, la copa es el gran boom en Argentina. Briden dice: “La copa menstrual corriente tiene alrededor de 30 mL, lo que equivale a tres tampones súper. En definitiva, es más sana que el uso de los tampones porque no seca la membrana mucosa de la vagina”.

Argentina reconoce la menstruación

La menstruación y el ambiente, son dos corrientes que encuentran su nexo en proyectos legislativos que buscan promover conciencia sobre hábitos que siempre hemos pensado en una pequeña escala.

Primero, y aunque parezca puro sentido común, se insiste en destacar que menstruar no es una causa de contaminación. Más bien, los productos que se desechan.

Si se considera, una persona utiliza un aproximado de 22 artículos descartables durante los cinco días promedio que dura una menstruación. En un año, contando 13 periodos, llegan a la basura 286 toallitas o tampones utilizados durante no más que unas ocho horas.

Lo curioso es que el plástico que integra estos productos muchas veces está injustificado. Desde mediados del siglo XX, las famosas toallitas y tampones incluyen una enorme cantidad de plástico para hacerlos más sencillos y cómodos. Pero quitarles el plástico a estos productos es algo más que alterar el diseño.

Proyectos de ley para menstruación sustentable

En Argentina, el proyecto de ley Gestión Menstrual Sostenible apenas ha ingresado al senado para su tratamiento. La propuesta busca garantizar el acceso universal y equitativo a productos sostenibles de higiene menstrual, promovidos a la par de programas de alcance nacional de conciencia y educación.

Desde el 2020 el Congreso recibe estas propuestas y pueden encontrarse tres iniciativas en tratamiento en sus cámaras de origen.

Se encuentra la creación del programa nacional de accesibilidad gratuita a métodos menstruales reutilizables, un proyecto diseñado por Jimena López. Gladys González propone un poco más y anexa las campañas educativas de información y conciencia, de hecho, poco se sabe o investiga en torno a la menstruación y su impacto emocional y en el rendimiento deportivo, por ejemplo.

Por último, María Eugenia Catalfano propone la creación del Plan Nacional de Gestión Menstrual Sostenible. Hay 6 proyectos más pero perdieron su vigencia.

En promedio, durante el transcurso de una vida menstrual de 40 años una persona utiliza entre cinco y 15 mil toallitas o tampones. Así, en un año, la población genera hasta 13.200 toneladas que terminan en la basura como un residuo plástico que tarda más de 500 años en degradarse. Aún no existe tratamiento alguno para gestionar este tipo de residuos o regular su fabricación que tiene fuertes impactos ambientales.