Tras la presentación de Resilientes, el Ingeniero Agrónomo Dardo López, comparte detalles sobre las medidas de adaptación y mitigación al cambio climático, basado en la experiencia en Traslasierra, Córdoba.

Por Amira López Giménez

La especie humana está en peligro, (inclusive más que el planeta), y ante la evidencia y la inacción de líderes políticos y económicos, la ciencia comenzó a elaborar estrategias de supervivencia. El último informe del IPCC, dedica más de 700 páginas para dimensionar las consecuencias del cambio climático y lo que representa para las sociedades.

Las sequías serán más prolongadas y con mayor riesgo de incendios forestales. En el otro extremo climático, algunas regiones serán inundadas por lluvias constantes. En términos generales, dentro de unos años (2030) obtener alimentos será un desafío, y cultivarlos también.

Desde las sierras de Córdoba (Argentina), el Ingeniero Agrónomo Dardo López (Dr.) explica cómo 200 familias, productoras de alimentos hortícolas y ganaderos, mantienen sus medios de vida en áreas de elevada vulnerabilidad frente al calentamiento global.

Su experiencia forma parte de la iniciativa Resilientes. Un conjunto de 69 medidas de adaptación, inspiradas y basadas en distintas experiencias de familias agroecológicas de Argentina y Colombia. La estrategia es realizada por INTA y CIPAV (Argentina-Colombia), y financiada por Euroclima+ (Unión Europea).

69 formas de sobrevivir

La respuesta principal ante el cambio climático está en aumentar la diversidad agroecológica mediante un modo de organización comunitaria. “Esto lo logramos con medidas a diferentes escalas. Como prácticas localizadas de lote o predio, manejo y ordenamiento predial, y gestión de los paisajes que incluyen ordenamiento territorial”, detalla López.

El investigador sostiene que las medidas que permitan conservar los ecosistemas nativos y la producción sustentable, mejoran los suelos y la biodiversidad. Así, permiten “aumentar el stock de carbono en el sistema suelo-plantas, es decir, mejorarán la capacidad de los socio-ecosistemas rurales para mitigar y adaptarse al cambio climático”. 

Sandra Cruz, productora agroecológica de La Plata. Foto gentileza INTA.

Por esto mismo, las medidas que permiten aumentar la captación de agua, almacenarla y utilizarla con eficacia son esenciales. También lo son la diversificación agropecuaria, y la eficiencia de producción y comercialización accesible para todas las personas.

“En síntesis, la finalidad es reforzar la resiliencia, es decir, la capacidad de las familias e instituciones locales para responder y/o adaptarse a un clima cada vez más inestable y extremo”, destaca López.

Según detalla, las medidas se orientan a un ordenamiento territorial que permita disminuir la vulnerabilidad. El trabajo buscó priorizar las áreas de conservación, los corredores entre reservas naturales y/o parques nacionales, y la ubicación y rol que cumplen cada uno de los diferentes campos y actores sociales en ese ordenamiento.

Por niveles

Existen distintos niveles de intervención. Hay áreas prioritarias para la conservación con baja intensidad de uso. Muchas de ellas tienen cuerpos de agua, cabeceras de cuenca, o funcionan como corredores ecológicos.

En las áreas que producen en base a ecosistemas naturales, se determinaron zonas con nivel medio de intervención para la producción ganadera, y obtención de leña y madera. También se instalaron sistemas de recolección de agua de lluvia y cisternas para el uso doméstico y productivo.

Por su parte, en las zonas con altas intervenciones se estableció un modus operandis distinto. “Se implementaron medidas a escala de ‘lote’. Es decir, se acondicionaron las zonas degradadas como chacras multifuncionales. Aquí coexisten diversas especies que permiten ampliar y variar la producción como respuesta funcional al cambio climático. Por ejemplo, en un mismo lote hay especies forrajeras de pastos, arbustos resistentes a sequías y cactáceas.”

En Traslasierras

Al parecer la diversidad es la respuesta, pero también la capacitación en los múltiples usos sustentables del monte, como la obtención de miel, la cosecha de frutos, hierbas medicinales y aromáticas.

En Córdoba (Argentina), el proyecto se desarrolló en las zonas del Chaco Árido y Serrano del noroeste de la provincia. Para López la zona “presenta una matriz compleja”. Aquí, la agricultura familiar convive con emprendimientos turísticos, inmobiliarios y hasta agropecuarios, de gran escala.

La presión inmobiliaria y turística (de alcance internacional) y los productos de exportación se debaten el terreno con los pequeños productores. Este panorama hace que los agricultores familiares estén más aislados de las zonas urbanas.

El agrónomo destaca que estos actores coexisten con “diferentes visiones y modos de vinculación con los recursos naturales y el bosque nativo.” En la zona semiárida de Traslasierra, los agricultores crían majadas de cabras y ovejas en el monte. También practican la apicultura y recolectan y procesan frutos silvestres y especies medicinales, como algarroba, mistol, chañar, piquillín entre muchos otros.

Foto gentileza Gobierno Córdoba.

“El trabajo de las familias productoras de esta región se ve amenazado por el avance de la frontera agropecuaria e inmobiliaria sobre el bosque nativo. También por los efectos del cambio climático que acentúa la ocurrencia y severidad de las sequías, y el aumento del riesgo de incendios.”

Naturalmente la zona es seca, cualquier momento del año puede hacer crujir al monte. Sin embargo, de este bosque dependen las familias para subsistir. “Aquí las sequías son frecuentes, y la población tiene problemas de acceso y gestión del agua”, subraya el ingeniero.  

La variabilidad climática, los procesos de desertificación, los incendios, la erosión de los suelos y las sequias recurrentes crean un cóctel de reducción productiva e inestabilidad económica. Hay momentos del año donde el forraje es escaso, al igual que el stock ganadero.

Sobrevivir al clima

La alimentación es la base de la vida. En Traslasierra, hay una larga data de graves errores en la producción de alimentos como consecuencia del avance de la frontera agropecuaria. Se ocuparon grandes superficies con monocultivos de papa, maíz, y soja, por ejemplo. En Córdoba, la deforestación fue enorme, y la pérdida en los últimos años de ecosistemas nativos aún más.

No en vano, Dardo López recuerda que esos ecosistemas nativos “son los que tienen más capacidad de almacenaje de agua y carbono (importante para la mitigación del cambio climático)”. Para este investigador, el calentamiento global, inestable e impredecible, no solo se origina por un mal uso de combustibles fósiles, desmontes e incendios, sino más bien, por la mirada monocromática sobre los modos de consumo.

El proyecto se titula: “Producción resiliente de alimentos en sistemas hortícolas-ganaderos de la Agricultura Familiar en regiones climáticamente vulnerables de Argentina y Colombia”. Foto gentileza INTA.

“Posiblemente el mayor de los problemas (asociado a nivel global al cambio climático) ha sido que hemos eliminado gran parte de los ecosistemas naturales. En Argentina, de la pampa húmeda y fronteras aledañas, como áreas boscosas del Espinal y bosque chaqueño, fueron reemplazados por un par de cultivos anuales que solo crecen y consumen agua pocos meses, y que acarrearon pérdida de carbono de la vegetación y del suelo.”

Como si fuera poco, la ausencia de diversidad no solo provoca sequías, sino también acarrea problemas con las inundaciones por falta de absorción de agua de los suelos.

Los Socio-Ecosistemas pretenden conservar el bosque, ya que de su diversidad dependen las familias y sus medios de vida. “Fortalecer estos sistemas socio-ecológicos rurales basado en monte nativo son fundamentales para que la mitigación y adaptación al cambio climático tenga sinergias. Ya que, por un lado se conservan los bosques, que son el principal reservorio de carbono. Por otro, sustentan la vida de las familias rurales, manteniendo una diversidad de actores en todo el territorio.”

La revolución verde

Ese deseo de maximizar la producción y la productividad lleva a López a hablar de un pasado no muy lejano conocido como “revolución verde”. Por entonces, se aspiraba a un equilibrio entre la tecnología y el sector agropecuario.

Pero, los resultados de esta supuesta revolución fueron un cuchillo a la tierra. “Esta revolución-indica López- tenía como premisa el ’combatir o mitigar la pobreza y el hambre de una población cada vez mayor. Hoy, más de 4 décadas después, en Argentina, y en el mundo, tenemos más pobreza, más inequidad social, más deforestación y degradación de suelos, con contaminación con agroquímicos en suelos, aguas superficiales y napas.”

La respuesta ante un escenario donde la tecnología se salió de control, está en un regreso a la diversidad de cultivos y agro-ecosistemas, más lejos de ser masivo e industrial. López se apoya en las afirmaciones de los investigadores Garibaldi y Pérez-Menendez (2019). Estos señalaron a la diversidad agropecuaria y ecológica como la posibilidad de un abanico con mayor seguridad alimentaria y más fuentes de trabajo.

“La diversificación se asocia a la seguridad y a la soberanía alimentaria de una región. Esto se mejora con la conservación y el mantenimiento de la biodiversidad agro-ecosistémica”, aclara López.

En este sentido, las nuevas tecnologías juegan otro rol. “No tendrán como objetivo maximizar los rendimientos de un cultivo en sistemas simplificados. Sino que, los objetivos tecnológicos-agronómicos deben reforzar la resiliencia socio-ecológica al cambio climático y global. Lo cual sin duda será un contexto extremo e incierto.”

Foto de portada gentileza Tripping Travels.