La historia de las medialunas y su identidad porteña
El nombre deriva del francés “croissant” que no es otra cosa que “creciente” porque fueron los franceses quienes las popularizaron en el mundo aunque el origen es austríaco.
Por Gustavo Trombetta
Entrar a un bar, sentir el aroma a café y a las medialunas recién horneadas son los mejores perfumes para arrancar el día.
La medialuna es un producto de la bollería argentina y tiene un origen austríaco aunque las denominadas saladas son producidas por los panaderos porteños desde siglos pasados.
En La Molinera sobre calle Santa Fe, en el barrio de La Recoleta, de la ciudad de Buenos Aires, desde la vidriera sobresalen crocantes medialunas. Al arribar, nos recibe un joven que amablemente nos invita a sentarnos a desayunar
-“¡Qué bueno que nos podemos ver la cara de nuevo!”, dice mientras da la bienvenida. En pocos lugares cerrados de la ciudad de Buenos Aires exigen barbijo.
Cuando trae el pedido: dos cafés con leche y tres medialunas dulces, y tres de panadería, preguntamos cuál es su origen.
-“Soy venezolano”, responde. Eso nos permitió indagar un poco más. Wilmar relata que cuando llegó de su país, la pandemia cerró todo y ni siquiera podía normalizar su situación de inmigrante.
Su amabilidad se hace sentir al hablar y es destacable. – Mi padre siempre nos decía que digamos “por favor” para pedir y “gracias” cuando nos íbamos- recuerda.
Mientras el diálogo sucedía, otros clientes comenzaban a llegar, y el producto que diariamente acompaña al café sobresalía con su esponjosidad.
De tamaño mediano (para diferenciarlas con las “croissant” francesas), el almíbar le da brillo y no permite que la corteza sea tan crocante.
A su vez, las saladas o de panadería sí son crocantes, mas hojaldradas y no tan esponjosas.
Saladas, dulces, crocantes, esponjosas no se pasan desapercibidas y dan ganas de probarlas si se anda por Buenos Aires, el lugar donde sobresale por su sabor, olor e identidad.
Su nombre
Cualquiera sea su consistencia hay algo que es invariable: su forma de medialuna, en un claro “cuarto creciente”.
El nombre deriva del francés “croissant” que no es otra cosa que “creciente” porque se supone que fueron los franceses quienes las popularizaron en el mundo.
En Francia no existe “petit dejéuner” (desayuno) si no es acompañado por un “cruasán”, como se la nombra en algunos lugares a las medialunas, en un extraño castellano.
Historia
Sin embargo, el origen de esta factura que se “aporteñó”, no tuvo su principio en el país de Napoleón Bonaparte.
Su historia dice que llegó desde Austria y que su formato tiene relación con una batalla que sirvió para ponerle punto final a un bloqueo militar que afectaba a la ciudad de Viena.
La leyenda habla de la batalla de Kahlenberg, que ocurrió en septiembre de 1683, y marcó la derrota de las tropas del gran visir Merzifonlu “Kará” Mustafá, uno de los líderes del entonces Imperio Otomano, que aspiraba conquistar el centro de Europa.
Los panaderos, héroes de la historia
Era la segunda vez que los turcos sitiaban Viena, Austria. Y dicen que en esa ocasión, para sobrepasar las defensas de un ejército integrado por austríacos y polacos, una madrugada empezaron a cavar un túnel para así sorprender a la gente que lideraban el emperador Leopoldo I (archiduque de Viena) y Juan III Sobieski, entonces rey de la Mancomunidad Polaca-Lituana.
Pero olvidaron que los panaderos trabajaban en ese horario. Y ellos fueron quienes dieron el alerta que llevó a la derrota de los turcos.
En reconocimiento a lo hecho por los panaderos, el emperador les permitió que, entre otros honores, pudieran llevar espadas en el cinto, algo que estaba reservado sólo para militares y autoridades.
Entonces, los panaderos decidieron crear dos panes: uno que se identificó como “Leopoldo”; el otro, bajo la denominación de “Halbmond”, que en alemán significa “media luna”. Era una forma de burlarse del emblema que los otomanos llevaban en sus estandartes.
(Fuente: Clarín 2013)