Jerónimo Llorens, de 41 años, viaja por pueblos y ciudades en busca de historias que luego escribe. Lleva recorrido cuatro continentes. Ahora está en Estados Unidos y ya piensa en su próximo viaje, Paraguay.

Por Benita Cuellar

“Sentido y errante. Caminante fugaz. Lavando al sol mi única camisa. Recorriendo caminos. Cruzando fronteras. Disfrutando sin miedos del destino y la risa. Las ciudades, los ríos. Las montañas los mares. Las callejuelas mugrientas caminarlas sin prisa. Aprendiz de vagabundo (…)”, escribe Jerónimo Llorens en su Instagram con el seudónimo Prudencio Correa.

Este joven no sabe de fronteras y se siente “un vagabundo”. Capaz de caminar el mundo con los mismos pies con los que se para y danza en los semáforos de lugares recónditos para seguir andando. Ese que piensa y reflexiona al mirar con vista aguda el lado b de este andamiaje humano.

“Para mí ‘vagabundear’ es vivir abajo, sin grandes ambiciones ni aspiraciones económicas ni culturales. Es recorrer los pueblos y ciudades en busca de las historias de la gente común. Historias de las que me siento parte”, expresa.

Jerónimo trabajando como malabarista en un semáforo. Foto: @cebollita.perla

Jerónimo nació hace 41 años en Santa Fe, Argentina, pero creció y se desarrolló en los suburbios del norte de la ciudad de Córdoba. “En el corazón de barriadas de calles de tierra, canales y pequeñas fábricas. Con canchitas embarradas y eternos baldíos de yuyos altos”, cuenta.  

Su familia fue perseguida políticamente de la forma más atroz. Algunos de sus familiares fueron víctimas fatales directas de la reprensión durante la dictadura militar que vivió el país entre 1976 y 1983. “Soy hijo, sobrino y nieto de sobrevivientes”, revela.

Tal vez por sus vivencias, las pérdidas, y las enseñanzas que forjaron sus ideales lo llevaron a explorar y mirar de muy de cerca lo que acontece a su alrededor. “Soy descendiente directo de la escuela pública y del aprendizaje popular”, se define.

“Adiós a Las Vegas”. Foto: Jerónimo Llorens.

Viajar y contar

Desde niño comenzó a viajar por Argentina, ya que tiene una gran familia. Y luego desde joven se movió de todas las formas y en todas las direcciones: “hacia Rosario en trenes de carga; a las provincias del norte a de dedo o en bus a la Patagonia (sur del país)”, narra.

“No tengo un recuerdo concreto de cuando comencé a viajar. Seguro fueron esas escapadas de niño al litoral para visitar a la familia o las largas estadías en el campo de una familia lejana en Trenque Lauquen (provincia de Buenos Aires) en interminables planicies argentinas”, rememora.

“Siempre con los guachos”. Foto Jerónimo Llorens.

Y siente que viajar es su forma de vida y de sustento. El llegar a una nueva ciudad “me mueve el piso y las tripas”, añade.

Es artista callejero y con eso se financia los viajes, pero también realiza “changas” de todo tipo, desde camarero a cosechador. Viajó por cuatro continentes en trenes, aviones, buses, coches o a pie.

Recorrió Argentina, Sudamérica y algunos países del Caribe, Centroamérica, México. Y ahora recorre Estados Unidos.

Oaxaca, México. Foto: Jerónimo Llorens.

“Viví y caminé por Europa durante muchos años, desde las islas griegas hasta los lagos suecos, desde las costas portuguesas a las llanuras polacas, por campos franceses y ciudades italianas. Varias veces viajé por Turquía. Estuve en Tailandia, en Camboya y en Vietnam. En los Emiratos Árabes y muchos sitios más”, dice Jerónimo, quién ya piensa en su próximo destino: Paraguay.

Jerónimo ya recorrió cuatro continentes. Foto: Jerónimo Llorens.

Mientras recorre va guardando como en una bitácora, en forma de escrituras, aquellas historias y reflexiones de los lugares por donde vagabundea.  “Muchas de esas historias las tengo escritas, otras en la memoria. Ellas vienen y van”, destaca.

Pero hay un lugar que nunca olvida y que lo hace regresar, a pesar de estar casi siempre en movimiento. “Es donde me quiero encontrar. Es donde vive mi gente y mi imaginario social: es la Argentina toda, pero más mi Córdoba capital”, manifiesta.  

Te puede interesar: Crónica de fuego: la lucha de una brigada forestal

Escribir lo vivenciado


“Al sur de la frontera”. El muro que separa México de Estados Unidos. Foto: Jerónimo Llorens.

Jerónimo escribe lo que ve, lo que piensa, lo que vive mientras anda, lo que le produce injusticia y lo que lo hace feliz.

“Escribo lo que vivo, lo que me pasa y lo que les pasa a los demás. Soy ‘pata de perro’ y me gusta vagabundear, pero siempre que puedo vuelvo a mi ciudad a reconocerme y a abrazar a mi gente”, cuenta.

Escribe historias cortas acompañadas de fotos, y siempre se ubica del lado de lo popular, de los olvidados del mundo. Describe el lado de los dejados de lado.

Sus textos

La comida y los viajes

Desde muy joven me largué a la aventura de viajar. Caminar pueblos y desglosar ciudades. Sobre camiones, buses o trenes de carga. Autos, aviones o furgonetas. Barcos, trenes o motocicletas, he recorrido largas distancias por diversos continentes. Llegar a una ciudad que no conozco es algo que me excita y acelera el corazón como casi nada diría yo.

Las caras, las calles, las culturas. La historia, los cuentos, los museos. Pero si hay algo que me moviliza fuertemente en mis viajes son los mercados de comidas. Sus olores, sus colores, sus gentes. Sus gritos. En fin, sus comidas. Un caldo de mariscos con un pisco sour en el mercado de Puerto Montt o un sándwich de pescado frito a orillas del Bósforo en Estambul.

“La comida y los viajes”. Foto: @nosoyemilia

Una sopa de maní en el centro de La Paz o las mejores papas fritas en el más grasoso carrito de Bruselas. Unas chorreantes arepas “Full Equipo” en Caracas o un buen chop suey en el mercado chino de Bangkok. Arroz de todas las maneras en la Habana vieja o pinchos variados en algún tugurio de Bilbao.

Un hermoso y sucio salchipapas de parado en Lima, una bandeja paisa en Medellín o una aceitosa pizza marinara, sentado, en una ruidosa vereda de Nápoles. Podría seguir nombrando comederos populares hasta el fin, pero no quiero aburrir y alardear. En foto estoy tratando de comer una sopa con palitos en algún bullicioso mercado de Saigón: es trabajo nada fácil, lo tengo que aceptar. Y al final, no sé si debo aclarar que la comida es mi excusa para viajar.

Debajo del puente 

Debajo del puente nos cubrimos del sol. Charlamos y laburamos: vendedoras, malabaristas, limpiavidrios y demás buscavidas. Al acecho de la moneda y el pan. La ilusión y la suerte. La aventura y la vida. Siempre con la peluda compañía del “firulais”. Vagabundo alegre y cariñoso que se busca la vida como nosotros. En las soleadas mañanas oaxaqueñas. Así estamos firulais y toda la gente, haciendo el aguante debajo del puente.

“Debajo del puente”. Foto: Jerónimo Llorens.