“La violencia nació conmigo”, crónicas de vidas en conflicto
Es el adelanto literario de “La violencia nació conmigo”, un libro del periodista Alexis Oliva que reúne veinte historias reales de vidas en conflicto ubicadas en Argentina. Lleva el sello de ediciones Recovecos. Foto de tapa: gentileza La Tinta.
“La violencia nació conmigo- le dijo hace 50 años un líder guerrillero a su compañero, mientras las fuerzas represivas los acorralaban. Se refería a esa violencia pero sobre todo a la injusticia, la exclusión, la miseria planificada. La frase tiene una cruel vigencia (…)”, escribe el periodista argentino Alexis Oliva sobre la temática que aborda su libro “La violencia nació conmigo”, crónicas de vidas en conflicto.
La presentación será el próximo viernes 16 de septiembre a las 19.30 en el auditorio de Radio Nacional Córdoba, en Córdoba capital, Argentina.
Del prólogo de Ana Fornaro *
Vivimos en un país, continente, mundo, atravesado por violencias de todo tipo, de clase, de género, racista, pero si bien los conflictuados somos todos, sólo una parte queda bajo el estigma de la conflictividad. Esa parte no es una minoría, es la mayoría de la población.
Son las personas desposeídas quienes quedan enfrentadas o aplastadas por distintos mecanismos del poder y crecieron en la exclusión, algunas expulsadas desde sus familias por su sexualidad o identidad.
Y también son quienes militan o militaron por el derecho a la tierra o por una sociedad más justa y fueron y son perseguidos, torturados, desaparecidos por el Estado.
Si bien los orígenes y recorridos de estas personas pueden ser distintos, hay un lugar-depósito para separar al “ellos” del “nosotros”, y ese lugar es la cárcel.
Las prácticas punitivistas, los mecanismos represivos y las políticas higienistas se han encargado de perseguir y borrar a estas personas para otorgarle un carácter de no-existencia.
Como supuestamente no nos gusta el conflicto, o asumir el conflicto, se lo esconde y reprime, a veces con balas, otras con la invisibilización. Víctimas, sobrevivientes, militantes, delincuentes ¿comunes? quedan atrapados en el sistema judicial, siempre del lado incorrecto de la ley. Las rejas homogeneizan esa deshumanización.
Estas personas son las protagonistas del libro, que reúne veinte historias que abarcan un lapso de casi cincuenta años de la Historia argentina.
Desde las marcas indelebles que dejó el terrorismo de Estado en familiares de desaparecidxs –y que sigue dejando, el asesinato del periodista mendocino Sebastián Moro en manos de golpistas bolivianos en 2019 es una muestra más de que esto no se termina nunca– hasta los cuerpos intervenidos por la violencia pero también por la necesidad identitaria.
En el medio, vidas tumberas, esas que el cine y las series se han encargado de exotizar y que en este libro vemos desde un ángulo mucho más gris, por lo tanto mucho más humano.
La última parte del libro está atravesada por la violencia de género. Y muestra cómo en muchos de esos casos esas mismas heridas, muchas aún abiertas, se volvieron activismo (…).
No es casualidad que la mayoría de estas historias hayan sido relegadas por los grandes medios o, peor, hayan sido representadas desde sesgos discriminatorios y estigmatizantes.
Hasta hace muy poco, los feminicidios eran catalogados como “crímenes pasionales” en las secciones de policiales. Se necesitaron décadas de militancia feminista y trabajo de comunicadorxs con perspectiva de género para desterrar esa categoría.
Pero la separación entre buenas y malas víctimas continúa. Un ejemplo claro es el de Dahyana Gorosito y cómo su criminalización –la acusaron de matar a su bebé– llegó hasta un tratamiento mediático lleno de morbo patriarcal clasista. Otra vez, gracias a la militancia feminista, la historia de Dahyana pudo ser visibilizada y obtener justicia.
En este sentido, las historias que elige contar Alexis Oliva tienen también eso en común: son temas que el periodismo hegemónico suele dejar al margen o los cuenta en clave marginal.
Alexis entonces se para desde el antídoto: la perspectiva de derechos humanos. Aquí no se trata de casos aislados, de historias exóticas o con pasta narrativa.
Cada historia se cuenta desde un entramado y en un contexto social y cultural. En cada reportaje de Alexis hay una investigación exhaustiva que enraiza eso que se cuenta y eso que se cuenta siempre es más que un personaje o una buena crónica con buenas escenas.
Tiene un sentido y una razón de ser: hay una necesidad de entender lo que pasa y una búsqueda de justicia, al menos en la parte que le toca al periodismo.
Hay, también, una certeza de que todos los temas sociales están enredados, que no hay clase sin género y viceversa, y que el racismo las contiene a su vez.
Alexis hace un ejercicio cotidiano de eso que la activista travesti Marlene Wayar llama “nostredad”, acercar lo que históricamente ha sido catalogado como “lo otro” e incluirlo en el “nosotres”. El periodista vuelve cercanas vidas que para muchxs quedan lejos (…).
* Periodista y escritora. Editora de la Agencia Presentes – Periodismo de Géneros, Diversidad y Derechos Humanos desde América Latina. Escribe en Página 12, Brecha y Anfibia.
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Fusilada por lesbiana
Natalia Gaitán tenía 27 años y en el barrio Parque Liceo segunda sección la conocían como Pepa. Su madre, Graciela Vázquez de Gaitán, conducía la asociación Lucía Pía, donde despuntaban el hábito de la solidaridad hacia los necesitados de esa zona de la periferia norte de Córdoba. Entre ellos, el matrimonio de Daniel Torres y Silvia Suárez, a quienes les dieron trabajo en el comedor comunitario y en la guardería de la ONG. De una pareja anterior, Silvia tenía una hija de 16 años, que entablaría una relación de amor con Pepa.
Cuando la chica sinceró el vínculo en su casa, para su madre y su padrastro fue como una declaración de guerra. La adolescente tuvo que abandonar el hogar y acudió a una tía que le brindó alojamiento desde julio de 2009 hasta enero de 2010, cuando decidió defender su elección e irse a vivir con Pepa, al pequeño departamento que su padre alcanzó a construirle antes de morir, en la misma sede de Lucía Pía.
Todo comenzó ahí, la tarde del sábado 6 de marzo de 2010, cuando mates de por medio la pareja le contaba sus penurias a su amiga Gabriela Cepeda. Indignada, Gabriela decidió intempestivamente terciar en el conflicto y partió hacia la casa familiar de la adolescente, a sólo tres cuadras de distancia.
Al llegar, encontró al matrimonio tomando mate en la vereda con sus dos hijos menores. Gabriela se trenzó en una discusión con Silvia, la disputa fue subiendo de tono y hasta hubo “un par de manotazos”. Mientras tanto, en la sede de la asociación civil, Pepa y su novia comenzaban a preocuparse.
Según consta en el expediente judicial, eran casi las 19.30 cuando Pepa acudió sola a ver qué pasaba y al presenciar la pelea quiso retirar a su amiga, pero se produjo una nueva escaramuza, esta vez entre Silvia y Pepa y con Gabriela intentando separarlas.
En ese momento, Torres –quien no había participado de la discusión ni los forcejeos– entró a la casa y salió con una escopeta calibre 16, caminó hacia donde estaba Pepa, “sin mediar palabras le apuntó” (…) y disparó a quemarropa.
La perdigonada dio de lleno en el hombro derecho de la joven, que alcanzó a caminar unos pasos antes de perder el conocimiento y quedar tirada en el lugar durante más de una hora. Su madre tuvo tiempo de llegar y abrazarla, hasta que por fin la ambulancia se animó a entrar al barrio.
(De Fusilada por lesbiana / Natalia Pepa Gaitán, capítulo 3: Cuerpes)